sábado, 3 de septiembre de 2011

.Dentro, tan dentro...sin miedo.



Qué triste está la ciudad cuando llueve y estás solo.

Qué sola esta la calle cuando vas con alguien de la mano.

Qué pequeño es tu mundo, Con el mío.

Cuando a veces te sientes pequeña y asomas la cabeza por encima del lavamanos que no alcanzas, te das cuenta de que a nadie le importa cuantas veces te caigas para conseguir mirarte el espejo y esbozar una sonrisa. Que no es más bonito engañarse para vivir feliz y esperanzado. Que no les importa nada. Le.

La luz cae sobre la ciudad y deslumbra como unos ojos marrones verdosos que hechizan, de esos que son inocentes y perversos, de esos. Es muy feo creer en los ojos. Acaban siempre engañando. Hiriendote. ¿sabes por qué? Porque la confianza se mide. Como la distancia en kilómetros, el peso en kilos y la capacidad en litros. Y pueden haber 80 kilómetros, kilos o litros. Y puede no haberlos.

Suena el llamador de ángeles. Esperas que algún angelito te ande observando desde algún rincón de la alcoba y te haga sonreir justo ahora.

Y deja de sonar el llamador de ángeles y recuerdas como lo conseguiste.

Simplemente eres una pieza del mundo que hace lo posible por comprender, y te sientes tú mismo contra la incoherencia. Y sigue en la calle la luz de esos ojos que no te dejan evadir. El verde de aquéllos ahora no parece tan bonito.

Simpre que tengas un problema, siempre podrás contárselo a los dedos de tus pies. Ellos están ahí. Son más graciosos que los ojos. Un refugio contra el mundo, ver los ojos de los pies de quien confías. Así nunca fallará.



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